En algunos casos, no hay cabida para la pasión entre el amor y el arte, esta unión puede conducir a la realidad de una vida prolongada, o terminar en un final fatal pero feliz. Los estigmas no son un obstáculo para la creación de nuevas formas, nuevas expresiones de belleza, aunque la demencia sea un motor repentino en este espacio, podemos encontrar un final hermoso, aunque con todos los vestigios de una realidad alterna.

No hace mucho, existió un artista escultor de los detalles mejor recabados sobre el cuerpo humano, tal y como lo fue Miguel Ángel, Donatello, Prexísteles y demás, pero a diferencia de ellos, nuestro artista no trabajaba la piedra caliza o el mármol, él prefería materiales más duros y difíciles de manipular.

Su nombre era Constancio, tenía apenas treinta y dos años de edad. Era la persona más exasperante que podías conocer en tu vida. Dedicado a su trabajo, nunca se casó ni tuvo una relación amorosa; un precio a pagar por su ascendente fama. No era un hombre muy comunicativo, al menos no con las personas, en cambio con sus esculturas sin vida era un hablador indetenible.

Sus únicas amistades eran sus creaciones, pues tenía una conexión afectiva con ellas. El escultor circulaba por los pasillos de su hermosa casa de dos pisos, pensando, imaginando, creando con su mente formas abstractas, que se unieron formulando una idea estructurada.

Finalmente, pudo descifrar de que sería su nueva obra. Usaría un material poco frecuente en el mundo del arte. El titanio no es fácil de conseguir, tampoco de manipular; al menos no con herramientas simples, sin embargo, la osadía de usar este metal ha estado rondando la mente de Constancio por años, pero de manera incipiente. Ahora que ya lo ha hecho casi todo, solo le queda cumplir su fantasía.

Conseguir todo el necesario fue casi imposible; al igual que el amor, pero finalmente pudo recabar todo con el pasar del tiempo. Preparó el metal tal y como había estudiado. Se dio a la tarea orgulloso de darle forma; un carácter hermoso y sensualmente femenino. Fue tan grande su amor por este nuevo reto, que terminó enamorándose de su escultura. Poco comía y bebía; solo lo necesario para mantener sus fuerzas.

La debilidad en su organismo comenzaba a trepar a medida que avanzaba, afectando su cerebro y su manera de discernir la realidad. Algunos lo llamaron un genio enclaustrado, otros, en cambio, lo llamaron demente. Yo por mi parte lo considero un talentoso derruido, pues al terminar esta última obra quedó casi sin neuronas.

Después de terminarla, se abalanzó hacia ella y le dio un beso, luego imaginó que cobraba vida y lo abrazaba. Comenzó a quitarse la ropa y la tumbó al suelo, después se lanzó a ella con rudeza, pero su frágil cuerpo no resistió la dureza del titanio. Se rompió varias costillas y tuvo hemorragias internas, como no conocía a nadie no tuvo a quien llamar, y comenzó a delirar y a perecer lentamente.

Antes de caminar hacia el otro lado, Constancio sintió una caricia en su pecho, y vio como última imagen, a su nueva y hermosa escultura dándole un tierno beso de despedida.