Sucedió en un lugar de naufragio de sonidos, emociones y expresiones. Incluso las palabras quedaron absolutamente ausentes. Bajo el ojo de una entidad indescriptible, vivían Ana y Rodolfo, intentando preservar sus vidas. Ella estaba embarazada y el parto ocurriría muy pronto, ¿cómo podría ella mantener el silencio ante tal acto natural?

Su secuestrador no tenía un nombre, pero era el único que podía emitir sonidos dentro del espacio limitado. La pareja lo llamaba: «El Silente», por su naturaleza tranquila y mayormente silenciosa, hasta que era provocado, cuando eso pasaba, sus garras y colmillos salían a relucir y era mejor no enfrentarlo con la mirada.

Nadie sabía por qué, pero al Silente le gustaba recolectar parejas humanas. Las confinaba en un espacio cerrado y luego les proporcionaba los recursos suficientes para sobrevivir. Ana y Rodolfo fueron los últimos en llegar. No se conocían y tampoco habían compartido palabras antes de su situación. Fueron obligados a cumplir los caprichos del Silente, viviendo una vida de pareja manipulada por el miedo, incluso fueron obligados a tener relaciones.

No podían hablar, pues al Silente lo irritaba. Hubo una pareja en la siguiente habitación, pero fueron erradicados por su captor. La mujer también estaba embarazada, y el día que dio a luz, sus gritos de parto sulfuraron al Silente. El bebé nunca nació y todos fueron aniquilados.

Ana tenía miedo, no quería que su destino fuera el mismo. Rodolfo también, pues si uno de ellos rompía la regla, el destino cruel los acabaría a ambos. Ellos, aunque no se querían, se estimaban. ¿Cómo puedes querer a alguien con quien fuiste obligado a vivir? El miedo y el sentido de supervivencia los había unido. ¿Hasta cuándo durará? Cada noche se lo preguntaban, aunque no podían decírselo con palabras.

Cada día que pasaba era un vestigio menos de vida. Ana se derrumbaba en lágrimas con suspiros imperceptibles, pero Rodolfo tenía la mente enfocada en un plan; sus ojos ardorosos resplandecían impacientes para que llegara ese día. Mientras Ana se sumía en preocupación y desesperanza, Rodolfo se enaltecía por la sed de odio que había en él. Era ahora o nunca de salir de su situación.

El momento llegó. Las contracciones de Ana se estaban volviendo más frecuentes. Había roto la fuente y los dolores eran insostenibles. Rodolfo la ayudó a tumbarse al suelo y por un momento perdió el conocimiento. Era mejor que estuviera callada, eso le permitiría a su compañero ganar un poco más de tiempo. En todo este tiempo de paciencia y terror, el hombre había preparado un arma filosa que acabaría con el Silente. No le avisó nada a Ana, pues, quería que el plan saliera perfecto. Aunque estaba agitado por la sed de venganza, tenía mucho miedo sobre sus hombros.

Ana volvió a despertar. Los dolores de parto hicieron que emitiera un grito ensordecedor. Se tapó la boca al instante, pero ya era demasiado tarde, el Silente ya estaba cerca de ellos. Rodolfo preparó su arma punzante y se colocó detrás de la puerta. El Silente estaba a solo unos pasos. Comenzó a sudar y a marearse un poco, pero nada le impediría realizar su cometido.

De repente, una zarza de carne atravesó la pared y penetró la espalda de Rodolfo. Le perforó un pulmón y rápidamente el pobre hombre cayó al suelo. El Silente entró a la habitación despacio y fue directo hacia Ana. Rodolfo moría rápidamente, ya no había esperanza para él. La última visión que tuvo, era la de aquella monstruosidad devorando a Ana y a su hijo.