El castillo de las Rosas Blancas Perennes fue un lugar de gloria y sabiduría. En tiempos mucho más arcaicos, perteneció a la familia del Marques Rosablanca; apellido por el cual se le dio el nombre a esta región. Con la caída de la aristocracia, su dinastía fue derrocada y su castillo pasó a manos de los entes gubernamentales, los cuales convirtieron el lugar en un centro educativo para formar alquimistas.

Las grandes elites de la época apostaron por el conocimiento que podían aportar las artes secretas, y que estas podían ser maleables para lograr sus objetivos más ambiciosos. Por cientos de años, el interior del castillo ha sido testigo de incontables experimentos exitosos y otros fracasados, y de aquellos que al final provocaron la extinción del lugar. No hablaré precisamente de aquellos días, podría ser en otra historia, pero no ahora, pues me centraré en la persona que actualmente habita ese castillo.

Después del colapso de aquel instituto, el lugar quedó abandonado por mucho tiempo hasta que fue vendido a un millonario extranjero amante de estas ciencias antiguas. Su nombre era Ibrahim Qadir, proveniente de Túnez; un país árabe al Norte de África. Heredó una enorme fortuna muy joven, la cual supo manejar muy bien ya que ha sido disciplinado para administrar ese dinero con cautela. Siempre se ha interesado en las ciencias, pero más allá de ello, buscaba en lo metafísico el sentido del ser.

A través de ciencias ocultas, intentaba revelar para sus ojos la esencia, la substancia y todo lo relacionado con la materia de los seres vivos. Leyó muchos libros e historias, hasta que conoció la del Castillo de las Rosas Blancas Perennes, y se interesó mucho por ese sitio, por lo que se hizo la promesa de que algún día se apoderaría de él. Y así fue, no solo de la estructura del lugar, sino de todo el contenido que yacía guardado hasta debajo de los suelos en bibliotecas clandestinas.

Para Ibrahim, era una mina de oro infinita a la que pudo sacarle todo el provecho que pudo. Casi toda su vida la consumía en arduos estudios de alquimia, ciencias desconocidas; a las cuales hoy en día no podemos darles una clasificación, y en prácticas experimentales que intentaba rehacer con cada conocimiento importante que adquiría. Muchas personas piensan que poseía un diario bastante peculiar escrito en otro idioma desconocido. Se cree que no es de este mundo, pues elude cualquier tipo de escritura o pronunciación conocida. Aunque también hay personas que creen que esto es una exageración, y por envidia exclaman hacia un hombre poseedor de tanto conocimiento histórico que muchos creen que es inservible.

Ibrahim llegó a la vejez formando una cofradía de intelectuales, a esta la llamó: «Los nuevos alquimistas», personas que comprendían los textos a la perfección y practicaban lo que ellos impartían. El castillo se convirtió nuevamente en un centro de experimentación, donde el objetivo era extraer la esencia de lo material y transformarlo en algo más: La transmutación. Pero los peligros son inevitables cuando se quiere modificar abruptamente las leyes naturales, intenté tenderle la mano por un tiempo, pero mi comprensión no volaba a la misma altura que la de Ibrahim y sus colegas, así que me aparté y evité relacionarme hasta en lo más mínimo. Y aunque la sed de conocimiento me absorbía, decidí al final no involucrarme pues aún sentía ese miedo lacerante por lo prohibido.

A pesar de diferir demasiado, estaba al pendiente de lo que hacían y los descubrimientos con los que trabajaban. Me excluían de muchas cosas, pues eran secretas y no podía conocerlas a menos que fuera miembro. Fue una tentación por un buen tiempo pertenecer, y el día en que por fin pude decidirme pasó algo espeluznante. Raziel Ordoñez —también miembro—, vino a mi casa comentándome lo sucedido, pues no tenía a quien acudir y yo era su único amigo de confianza. Me dijo que, en el tercer nivel del castillo, donde los alquimistas tenían establecido su enorme laboratorio para los experimentos más grandes, habían creado a varios «golems», que arremetieron contra sus creadores y llevaron consigo sus cuerpos a los calabozos.

El miedo comenzó a apoderarse de los otros y emprendieron su tarea para tratar de detenerlos, pero no se ha sabido más de ellos. Raziel es el único que escapó de allí y ahora estaba tremendamente asustado. Me hallaba en una situación peligrosa y extraña y pensé en algo al instante. Mi amigo temblaba así que le dije que tratara de descansar. Llamé a la policía e inmediatamente fueron a revisar el lugar. Luego de un rato, las noticias llegaron, pero no fueron para nada reconfortantes. Dijeron que todo el castillo estaba revuelto, no encontraron rastros gente o de sangre siquiera, lo único que hallaron fue una huella mal formada, que evidentemente no era de un ser humano.

La investigación tuvo que ser detenida, ya que después de eso, los oficiales huyeron despavoridos al vislumbrar que, en una de las grandes habitaciones, el cadáver modificado de un hombre enorme cubierto de piedras yacía dentro de una cápsula de cristal.