Los niños de Lilith (Parte XVI)



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La culminación del suspenso

 
Todo quedó en completo silencio. Nadie soltó palabra alguna, pero todo eso cambió cuando lo que se avecinaba comenzaba a brotar desde las profundidades de la sorpresa. El resto de los niños empezó a gritar de dolor, apretando con sus manos fuertemente sus cabezas.

Era como un concierto de estridentes y angustiosos chillidos. La bestia demoniaca se puso más erguida y quiso abalanzarse contra Jonathan para arrebatarle el corazón de Asmodeus, pero de repente, algo la detuvo. Comenzó a emanar vapor de su repulsivo cuerpo. Miraba sus garras y sus patas enormes y negras y luego vociferó un ruido tan fuerte que la Hermana Agatha y Jonathan tuvieron que taparse los oídos con fuerza.

—¡Agente Semprún, corra, debemos irnos inmediatamente de aquí! —Gritó la monja desesperada y sorprendida, puesto que ya podía hablar.

Jonathan corrió hacia la hermana Agatha y la tomó del brazo y ambos se fueron de allí lo más rápido posible. El suelo comenzaba a temblar y la intensidad de la neblina comenzó a disiparse poco a poco.

—¡Hermana Agatha! —Dijo Jonathan en tono de voz alta por el asombro— ¡Está viva y su voz ha vuelto! ¡No sabe cuánto me alegra!

La Hermana Agatha tomó su cuello con sus dos manos apretándolo con suavidad, sintiéndose feliz porque las palabras por fin salían de su boca.

—Puedo decir que esto es un milagro, aunque sé que usted se burlaría de mí, pero no me importa, ¡porque puedo volver a hablar y estamos vivos!

—Por el momento… —Dijo Jonathan rompiendo el aliento—.


El suelo seguía temblando y los edificios parecía que fueran a caerse, pero no lo hacían. En el fondo de todo ese ambiente de terror, aun se escuchaban los gritos de los niños de dolor. Tanto Jonathan como la Hermana Agatha sintieron pena al escucharlos, porque eran gritos espantosos y lamentables, tan intensos, que a la monja se le salió una lágrima y pedía a Dios en su mente de que cesaran de una vez.

—Nunca pensé que usted sería capaz de apuñalar a un niño con un cuchillo de esa manera tan brutal como lo ha hecho. —Dijo el agente Semprún—.

—El momento no me dio para pensar, sabía que si atacaba aquella monstruosa criatura no le ocasionaría algún daño, así que me fui por el niño líder quien mantenía aquel maleficio a flote sobre todos nosotros. Eso permitió que los niños se liberaran de este satánico embrujo, todo parece estar volviendo a la normalidad, pobrecitos, espero que no sufran mucho.

—Sí, espero que no…

Mientras esperaban a que todo el caos pasase, observaban como todo se transformaba y las tinieblas que tomaron al pueblo poco a poco dejaban su reino de horror atrás. Al deshacerse la discordia que había entre la luz y la oscuridad, un ambiente blanco y cegador se plantó de impacto y nuestros dos protagonistas tuvieron que cubrirse los ojos para no recibir el daño.

Poco a poco la intensa luz comenzó a descender, y el brillo se hizo más afable. Al abrir los ojos por completo, Jonathan y la monja miraron con asombro que el ambiente del decaído Caricao había desaparecido por completo.

A continuación las puertas de las casas se abrieron y de ellas salieron los habitantes de Caricao junto con los niños, todos frotaron sus ojos como si hubiesen salido de un largo y profundo sueño. No había indicios de todo lo anterior ocurrido en sus mentes, todo se disolvió, como un mal aroma en el viento.

—Parece que todo ha vuelto a la normalidad —Dijo la monja respirando alivio al verlo todo—.

—Sí, parece que sí… espere… ¡No puede ser!

En su mano derecha Jonathan aún conservaba la caja negra, miró en su interior y aun se encontraba el corazón de Asmodeus, pero esta vez, estaba opaco y sin color.

—¿Qué haremos con esto? —Dijo Jonathan aterrado—.

—Lo mejor sería esconderlo en un lugar donde nadie lo vaya a encontrar, en el convento por ejemplo, tengo un lugar secreto donde a veces voy a leer mis libros. Las demás monjas son muy supersticiosas y no van allí, por lo desolado y silencioso que es, así que es el lugar perfecto para esconder algo.

—Me parece bien, le encargo esto Hermana sé que usted lo ocultará bien del resto del mundo, yo la verdad no quiero tener nada que ver con esa cosa, ya bastante hemos pasado por su culpa.

La monja asintió y Jonathan le entregó la caja negra de hierro, sabiendo que con ello terminaría por fin su misión. La orden de permanecer en Caricao ha llegado a su fin y él terminó despidiéndose de la monja sin miras de un regreso póstumo a aquel aislado pueblo.

La caja negra fue oculta en el lugar donde la Hermana Agatha dijo que la escondería, ni el bien ni el mal sabrán de su existencia jamás, pero siempre habrá fuerzas que pidan a gritos su poder, cuando el final de los tiempos llegue una pulsación se motorizará en aquel corazón sombrío.



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