El Pueblo de mi Abuela Candela| Cuento

El pueblo de mi abuela.

Lista y ansiosa por irme con mi abuelita Candela a su pueblo. Salimos. ¡Qué maravilla estar sentada en su vestido! Parece como si estuviera montada en un chinchorro. El transporte, un camión Ford 350 todo destartalado y viejo, techado y con la parte trasera, con barandas y bancos de madera a los lados para sentarse.

El recorrido es de aproximadamente unos 25 minutos y el pavimento de tierra con muchos altibajos lo cual me produce una sensación agridulce en el estómago como un cosquilleo, lo que hace que me aferre muy fuerte a la falda de mi abuela.

Mi vista se pasea por el paisaje rural con inusitada admiración. La tierra de color arcilla está vestida con casas equidistantes hechas de barro, unas con empalizadas de palos y otras cercadas con cardones; plantas de yaque y semeruco adornan la vía. El cuadro rupestre está conformado también por burros, vacas, caballos y gallinas.

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Al llegar al pueblo, se encuentra la plaza y a su alrededor, uno al lado del otro, está la prefectura en una esquina, le sigue un bar que se llena los fines de semana. Entre la iglesia y el bar se haya la ruina de un convento del que dicen sale una monja por la noche.

De pronto entra Rebeca en la habitación con galletas y refrescos para continuar disfrutando de la deliciosa pijamada que estábamos haciendo en casa de Carolina, interrumpiendo mi relato por unas ganas de comer que apretaba el estómago. Una velada para tres: Beca como cariñosamente le decimos a Rebeca, Carol que es Carolina y yo. Mientras degustábamos la merienda continué recordando la historia de mi infancia.

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Una noche al terminar de ver televisión en casa de una amiga de mi abuela, no dio tiempo llegar a la casa y nos agarró la oscuridad porque la planta eléctrica que proveía de luz al pequeño pueblo la apagaban a la medianoche. Entonces al pasar frente al convento, paso obligado, quedé presa del miedo y apreté muy fuerte la mano de mi abuelita como para no soltarme, a pesar de que la luna iluminaba toda la calle. El temor era tan grande que oía ruidos extraños y veía sombras de fantasmas. En esos momentos, pasaron por mi mente todos los cuentos de muertos y aparecidos que ella contaba siempre.

Ahora después de un buen tiempo con un vaso de vino que me dio Carolina, entre cavilaciones, concluyo que todo fue una jugarreta de mi imaginación. Lo que el miedo genera en nuestra mente es tremendo, nos puede paralizar de una manera que no podemos accionar ni un solo movimiento y mucho menos tomar decisiones importantes.

Al terminar de contar mi historia, cambiamos el rumbo de la pijamada y nos dispusimos a oír música y bailar para terminar de pasar una noche divertida y diferente. Prometimos repetir la velada y planificar para invitar a nuestras amigas a contar historias y compartir un momento de alegría nocturna.

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De derecha a izquierda; Carolina, Rebeca y yo. Imagen compartida por las tres @yeceniacarolina, @mafalda2018 y @antoniarhuiz.

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La historia del pueblo está basada en hechos reales y la historia de la pijamada es una creación con personajes reales.
Imagen principal Imagen del camión Imagen de la plaza Imagen de la ruina

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