
Inventario percutivo antes de sonar
Como de las rodillas enfermas de un dios
relámpago de los que truecan
cielo que estalla
convergencia de los prisioneros del barco
barullo de niños que se encuentran
consciencia sin descanso
casa donde nadie duerme (nunca)
conversa de la pared contigua
salón de fiesta
reunión de los metales de orquesta
sacudida del presente
sacudida del pasado
cadena de acontecimientos
otra cadena de acontecimientos
que vienen del pasado y del presente
y de la orquesta
y de la fiesta
y entran por la pared contigua
hasta llegar a la casa donde nadie duerme (nunca)
como consciencia sin descanso
y el barullo de los niños que se encuentran
en la convergencia de los prisioneros del barco
en el cielo que estalla
y los relámpagos que truecan
en las rodillas enfermas de un dios.
–¿A qué queremos llegar?
La musicalidad percutida puede, junto a la voz, ser –como la danza– el origen de los instrumentos conocidos, madre de los movimientos para el oído y los cuerpos, a su vez dispuestos a chocar unos con otros mientras son fijados en la madera y el metal de las máscaras, puesto que la sacudida es brillo del mismo metal y sucede: ese es el momento en donde ella, la pandereta, se realiza.
El despertar del día a día es lo más parecido a ese estremecimiento. Así, el movimiento disonante a través del diapasón del día busca el sonido, lo tantea y ensaya –si no es que alguien lo mutea– hasta conseguir algo parecido al ensayo.
Por eso el día se repite: para buscar la perfección en el ensayo y error, ese ir y venir sobre nosotros mismos contra el rompeolas.
Y cuentan todas esas veces... la repetición, la sumatoria de los metales, la madera, los golpes, las palmadas, los tiempos; la búsqueda del sonido en la inscripción ontológica de su ser percutivo, hallada en alguna línea maestra o de otros eventos que pueden ser oídos... y así, formar parte de la reunión, del rito y devenir en el momento exacto en que todas las piezas percuten para sonar.
Nos leemos mañana.