SIEMPRE HEMOS VIVIDO EN EL CASTILLO
Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.
Este, señores y señoras, es el #introduceyourself de Merricat, la joven protagonista de Siempre hemos vivido en el castillo. Mi libro favorito.
Pero no nos adelantemos. Primero tengo que hablarles un poco sobre su autora, Shirley Jackson. Porque detrás de todo gran libro, hay un ser humano.
Shirley Hardie Jackson fue una escritora de terror nacida en San Francisco. Llegó al mundo en el año 1916, aunque por mucho tiempo, y debido a la injustificable y retrógrada presión social por estar casada con un hombre menor que ella, aseguró haber nacido en 1919.
Hija de Geraldine, una mujer egoísta que quedó embarazada de Shirley siendo muy joven, y quien en vez de sentirse dichosa por el nacimiento de su hija, se sintió profundamente decepcionada al no poder pasar más tiempo a solas con su marido. Aunado a ello, Geraldine detestaba que su hija prefiriera pasar su infancia escribiendo en soledad antes que jugando con otros niños.
Dejada atrás su niñez y su solitaria adolescencia, Shirley se casó en 1940 con Stanley Edgar Hyman, un hombre infiel y controlador que la menospreció y la obligó a adoptar el rol de ama de casa. A pesar de haber tenido cuatro hijos juntos, su matrimonio fue sumamente desgraciado, provocando que desarrollara una adicción a los fármacos y al alcohol. También fumaba mucho, tenía sobrepeso y padecía ansiedad y depresión. Murió de un infarto en 1965. Tenía apenas 48 años.
Su fascinante bibliografía abarca seis novelas, seis cuentos infantiles, dos autobiografías y más de cien relatos. Siempre fue reacia a hablar sobre sus obras, algo con lo que puedo identificarme. Tampoco le gustaba dar entrevistas ni promover su trabajo, ya que ella creía que «sus libros hablarían por ella lo suficientemente claro a lo largo de los años».
Su última novela, Siempre hemos vivido en el castillo, fue publicada en el año 1962, tres años antes de su prematura muerte, y es el tema que nos atañe en esta publicación.
Ahora regresemos con la adorable Merricat. Como ya saben, tiene dieciocho años y una mentalidad aniñada. Merricat, al igual que Shirley, padece ansiedad. Vive aislada junto a su hermana mayor y su tío Julián en la mansión familiar. Ellos tres son los únicos sobrevivientes del envenenamiento con arsénico que acabó con la vida de cuatro miembros de la familia Blackwood seis años atrás.
La salvaje y muy supersticiosa Merricat nos cuenta que en el pueblo todos odian a los Blackwood. Hacer las compras es todo un suplicio. Una tarea que, lamentablemente, solo puede hacer ella; ya que su hermana, Constance, nunca se aleja más allá de su jardín y el anciano tío Julián está gravemente enfermo.
Cuando leí está novela, hace diez años, sentí una inmensa simpatía hacia esta pequeña y disfuncional familia. Incluso llegué a identificarme con Merricat, un personaje entrañable que me acompañará el resto de mi vida. Si me pongo a detallarles todas las razones de mi cariño hacia ella terminarán pensando que tengo problemas, así que no diré nada más al respecto. Mejor continuemos. _
A lo largo de Siempre hemos vivido en el castillo nos iremos alejando poco a poco de la racionalidad. Nos daremos cuenta de que Shirley nos tendió una trampa. Nuestros prematuros juicios resultarán estar errados. La armoniosa rutina familiar y las amorosas relaciones interpersonales se volverán un tanto siniestras. Un terrible secreto lucha por salir.
Este libro es una novela de terror, sí. Pero no de un terror cualquiera: este terror es íntimo y doméstico. Plagado de fobias, trastornos mentales e insensatez. Pero sobre todo, Siempre hemos vivido en el castillo es una historia sobre una familia. Una familia conformada por una inquietante joven con alma de niña, una mujer que bordea la demencia y un anciano pirómano.
¿Por qué siento tanta simpatía y amor por este oscuro libro y sus perturbadores personajes? Porque Shirley tenía un talento extraordinario. Así de simple. Podrán comprobarlo ustedes mismos si se animan a leerlo.
No voy a hablarles más sobre esta fascinante novela o sobre los Blackwood; creo que ya todo lo esencial está dicho. Por respeto a Shirley, dejaré que la misma obra les hable a ustedes una vez se adentren en sus oscuras, simpáticas y claustrofóbicas páginas. Les prometo que terminarán amando a este inusual trío tanto como yo.
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