La machi, el ciego y la flor

En una oportunidad mientras acampábamos para pasar la noche en una isla que se forma en la confluencia del río Chimehuín con el Collón Cura, el joven que habíamos contratado como guía, para pasar el rato y entretenernos luego de la cena contó algunas historias de la Patagonia, de esas que me encanta escuchar y sobre las que he hablado en varias oportunidades.

Comenzó explicando lo que es una machi, una mezcla de bruja, curandera, adivina y hasta una especie de sacerdotisa, claro que todas estas características son creencias de algunos pueblos originarios de la Patagonia, especialmente los mapuches.

La historia en cuestión era más o menos así:

La Machi Mailén era famosa en la región, sus ungüentos, pócimas y curaciones de palabra habían salvado a muchos y sus servicios eran requeridos permanentemente, sin embargo su carácter reacio y huraño la mantenían alejada de la gente, vivía sola en la ladera de un volcán y los pobladores sabían que no había que molestarla con cosas triviales, solo se debía buscarla por casos graves. De hecho ni siquiera se podían acercar a su choza, era un pacto no escrito que solo debían llegar por el sendero que sube la montaña hasta donde es cortado por el cauce de un arroyo y en ese lugar encender un fuego y sentarse a esperar que Mailén lo viera y bajara.

Un anciano puestero de la estancia La Guillermina cerca del Lago Cardiel, cuyos ojos habían sucumbido al paso de los años estuvo por el pueblo preguntando por la famosa machi, hasta ese rincón alejado de todo había llegado su fama y el viejo trapero decidió salir a buscarla con la esperanza de una cura para su mal.

En el boliche de Salvador Oitisgoitía le dieron las instrucciones de cómo encontrarla aunque nadie se animó a acompañarlo. Con su bastón fuertemente asido a su mano y una gran dosis de valentía y suerte finalmente llegó al sendero y luego al arroyo, prendió el fuego y se sentó a esperar.

Una noche completa y la mitad del día siguiente esperó pacientemente hasta que escuchó ruidos y se presentó:

- Buenas tardes Mailén, vine ‘pa que me cure, soy ciego

- Te he visto, a ti y a tu enfermedad. Si encuentro la flor negra que el Pillán posee para dar luz a los ojos de los ciegos volverás a ver, si no la encuentro jamás te curarás. Ahora vete y no regreses.

El anciano un poco esperanzado y otro tanto abatido emprendió el duro regreso a su tierra y allí esperó pacientemente por muchas lunas; tanto tiempo transcurrió que ya había perdido toda esperanza, pero una mañana se despertó llorando y entre las lágrimas que inundaban sus ojos vio un arco iris y creyó que aun dormía y soñaba, luego lentamente adivinó algunos bultos y una silueta oscura, finalmente vio con toda claridad los escasos muebles de su rancho y la figura en detalle de su mujer.

Rosendo, así se llamaba el puestero, continuó llorando, ahora de felicidad como si con el agua que caía a raudales de sus ojos pudiera borrar tanto tiempo de oscuridad.

Mientras tanto la machi, inmóvil frente al fuego que calentaba su choza, sonreía y en sus pupilas se reflejaba el negro azabache de la flor negra del Pillán que da luz a los ojos de los ciegos.

Luego de esta continuaron otras leyendas y cuentos, hasta yo me animé a contar la historia de “La furia del volcán” que ya alguna vez publiqué por aquí. Pero esta historia fue la mejor, nunca sabremos si Mailén existió, tampoco si tuvo poderes o si realmente pudo curar a la gente, lo que si se positivamente es que las machis si existieron y existen entre las tribus de indígenas originarios de estas tierras y sus éxitos y leyendas continúan vigentes.


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Héctor Gugliermo

@hosgug

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