Con las manos agarradas...


Fuente

Con las manos agarradas…

El anciano postrado en la cama veía cómo la mano de su hija sostenía la de él y la acariciaba. Su cabeza pegada a la cama era prueba de una larga espera. Recordó la primera vez que tuvo la manita de su hija agarrada. Había sentido que su mundo se había detenido en aquel instante y que a partir de ese momento su vida cambiaba. Sintió la responsabilidad de ser guía, pero también la necesidad de ser mejor. Ella se convirtió así, en el lugar donde se acaban todas sus tristezas.


Fuente

Luego vino el colegio. Ella había tomado su mano con fuerza y le había dicho: No me dejes, papá. Él también le había apretado su manita con fuerza, pero entendió que debía dejarla. Así que como pudo, calmó a la niña y le dijo que se quedaría a acompañarla. Ese día no fue al trabajo, ni al otro, ni en toda la semana. Cada vez que llegaban al colegio, ella con su carita asustada, le apretaba la mano con fuerza y le decía: Quédate, papá. Él llamaba y cancelaba todo, y se quedaba sentado en un rincón del colegio con ella metida en su regazo con miedo de soltarlo. Pero a la siguiente semana, la manito de ella dejó la suya y él sintió que una parte de él le arrancaban. Quería quedarse, por si ella lo necesitara, pero se dio cuenta que a partir de ese momento él la necesitaría más.


Fuente

Todas las tardes salían de paseo y ella volaba como las aves, y él le decía: ¡dame la mano, Natalia! ¡Déjame que yo corro solita, papá! Su mano huérfana, su mano anhelante de ser apoyo, quedaba entre los bolsillo, entre las greñas de la niña, que iba veloz saltando en la grama o en las aceras, sobre la arena, cerca del mar. Y la niña crecía y caminaba sola, pero él permanecía a su lado por si tenía que ayudar. Con los años tuvo sus tropiezos y sus caídas, pero él entendió que su hija había aprendido a caminar, lejos de sus manos de padre, de su mirada atenta y resignado se tuvo que alejar.


Fuente

Y ahí estaba él con las manos de su hija entre las suyas, postrado en la cama de un frío hospital. La hija le toma la mano con fuerza, mientras como niña se pone a llorar: no me dejes sola, papito. No te vayas lejos de mí, papá. Y él la mira y quiere cancelar su muerte para no dejar sola a su hija en esta vida con su inmensa infinidad. Pero la mira a los ojos y con ellos le quiere hablar, decirle: Yo seguiré a tu lado y tomaré de tu mano cada vez que tengas miedo de caminar. Eres fuerte, Natalia, solita puedes triunfar. No tengas miedo, sigue adelante, salta como aquella tarde, cuando corrías sobre el mar. Pero el padre no dice nada y siente miedo de la esperada oscuridad, así que le aprieta fuerte la mano a su hija y bajito le dice: no me dejes solo, Natalia, que tengo miedo de no volverte a escuchar, de no tomar tu mano nuevamente y ya no ser más nunca tu papá.

Dedicado a todos los padres que se fueron, como el mío, y que aún desde el más allá, nos llevan de las manos agarradas para que no tengamos que tropezar...

H2
H3
H4
Upload from PC
Video gallery
3 columns
2 columns
1 column
13 Comments