Sórdida y lastimera; así era su naturaleza, sin embargo, aquello no opacaba su belleza. Las sombras teñían sus labios transformadas en gotas de vapores, mientras ella sonreía mirando un atisbo de la vida. En las fauces de algún incauto, ella habitó mucho tiempo. Se desenvolvió. Hizo que el sitio fuera suyo, después de tantos años soportando lo mismo, simplemente se aburrió y huyó de allí.

Decenas de años han pasado mientras ella deambulaba sin rumbo. Las palabras cautivadoras no la detenían, ni el fuego de una consecuencia irreversible hacía peso sobre su conciencia. Sola circundaba, agitando sus brazos y piernas al viento, opacando el aura pueril de las doncellas que la rodeaban.

Como ríos agitados, su alma no podía detenerse. Hizo un pacto con la noche ya hace mucho tiempo para que no pudiera dormir. Se sentaba junto a la luna y filosofaban sobre ideas extrañas del cosmos, mientras sorbían de los brebajes que con buena intención servían los astros.

Sola e indetenible, era inevitable que su personalidad no llamara la atención. Un día, un hombre de ilustre y pedante personalidad la vislumbró. Se asombró ante tal especie, pues no parecía pertenecer a los terrenos mundanos de esa sociedad. Se le acercó con osadía y preguntó por su nombre, pero fue ignorado con celeridad dejando solo polvo en el camino.

Una ofensa terrible para un hombre noble, a partir de ahí germinó la semilla: una alimentada por la obsesión; el agua representaba el interés y los rayos traslucidos las ideas. Se dio cuenta que ella prefería la noche para batir sus piernas y sus brazos, y le siguió los pasos con sutileza, evitando que su acorralada se percatara.

Los caminos de la noche eran inciertos. La luna no cubría las estepas hundidas y se alejaba por senderos nebulosos. Su amiga se perdía entre las tinieblas indivisibles; que no poseían ni forma ni olor. Hacia ella el noble fue, buscando una pista que le desvelara el enigma que lo intrigaba.

Rojas eran algunas rosas del camino. Su belleza llamó la atención de la elegida, quedándose colgadas en aquellas manos. El noble percibió que faltaban algunas, y siguió el rastro de pétalos en medio de la intensa oscuridad. Ambos bailaban, cada uno en la distancia, componían con cada paso una armonía andante. Círculos reveladores se manifestaban en el suelo y descubrían las piedras. Entre los árboles había susurros comentando el sorpresivo encuentro.

Dudas existenciales; el noble creía que estaba persiguiendo un sueño. Un vestigio de su imaginación. Una ilusión abstracta que paulatinamente era tragada por la oscuridad. No había curso para el retorno, no quedaba otra que continuar, mientras se avasallaba en los trasfondos de una misión perdida y aciaga.

De nuevo, la tristeza empezaba a invadirlo. Comenzó a percatarse otra vez que el amor no era para él. Se quedaba cada vez más solo. No podía alcanzar a su objetivo, quien le había robado la razón. Al cruzar por un umbral de claridad, estaba de nuevo donde comenzó. Agotado, con la mente confundida. Solo una risa se manifestó; era dulce y armoniosa. A los pies del noble, solo hubo un cúmulo de pétalos, anunciando que este camino no era perfecto para él.