Dependencia.
Aquí me encuentro, otra vez, sumergida. —Abro los ojos— sigo aquí, con toda esta agua rodeándome.
—¿Cómo hice para llegar hasta aquí?— No sé cuántas veces se ha pasado esa misma interrogante una y otra vez por mi cabeza —cierro los ojos de nuevo— trato de recordar qué fue lo último que hice cuando desperté nuevamente aquí. No lo recuerdo. Siento pesada mi pierna, algo cuelga de mi tobillo derecho. Se recrean imágenes en mi cabeza de lo que posiblemente puede estar sujetándome —¡UNA CADENA!—, abro los ojos rápidamente— trato de esbozar un sonido: —''¡Ayuda, ayuda!''— pero mi garganta se llena de agua y mis pulmones se ahogan, se funden, pierdo el conocimiento.
Lo recuerdo: lo último que hice fue pedir ayuda, pero nadie vino. —¿Por qué nadie viene a socorrerme?—¿Dónde se esconden todos aquellos charlatanes que prometieron brindarme su ayuda cuando más la necesito?— Me lleno de odio, siento que mi pecho arde y un fuego que yace dentro de mí crece, se expande, me revitaliza —vuelvo abrir los ojos—, sigo viendo agua. Un montón de agua rodeándome. Un charco gigante es ahora quien infunde mis aflicciones. Pero ahora no siento odio, siento pena; pena de mí misma por estar aquí pidiendo ayuda, esperando que alguien venga por mí sin tratar de valerme por mí misma. ¡Já, qué valiente me creía cuando dejaba que todos hicieran el trabajo que a mí me correspondía! —Veo la cadena que me ata—, recuerdo haberla visto más grande cuando pedía a gritos ayuda, pero ahora se ve más pequeña. Trato de desprenderme de ella, pero no puedo, es inútil —suspiro—,
intento de nuevo pedir ayuda, pero pierdo otra vez el conocimiento.